R. es como un elefante.

No sabía exactamente a lo que se refería, pero mi padre siempre decía que R. era como un elefante. Cavilaba y no sé si lo decía por tener una inagotable memoria, por su tranquilidad, por su peso específico o porque necesitaba comer mucho para alimentarse. No sabía si lo que quería decir era algo bueno o malo o ambas al mismo tiempo. Por el tono en que lo decía a veces parecía halago y otras reproche. Siempre que hablábamos de fútbol lo sacaba a relucir: «R. es como un elefante», decía, y nosotros nos quedábamos mirando unos a otros intentando averiguar a qué se refería. A veces se lo preguntábamos, pero no daba más explicaciones. «R. es como un elefante», se limitaba a repetir. Los sábados nos gustaba sentarnos a la mesa en un bar de barrio y comernos un plato de arroz, cocinado de cualquiera de las maneras posibles, siempre riquísimo, y limitarnos a hablar y escuchar, sin importarnos los derroteros que adquiriera la conversación. Tocábamos todos los palos que uno pueda imaginarse, y por supuesto el fútbol, y en concreto el Valencia, ocupaba muchas de las palabras vertidas por nuestras voces. Nos gustaba rememorar los tiempos del apogeo valencianista con el primer Ranieri, cuando todavía era un inconformista, en los banquillos. Quizá como aficionado (y casi diría que como fanático) fueron los mejores de mi vida. Acostumbrado a sufrir en las épocas de Penev, Álvaro Cervera, Fernando y Camarasa, a vibrar y sufrir en las de Mijatovic, Aragonés, Fernando, Gálvez y Poyatos; vibrar con Claudio López, Mendieta y Farinós era un dulce delicioso que jamás resultó empalagoso. La final de Copa del Rey del 99 fue mi apoteosis fanática, nunca he podido experimentar tantas y de tal calibre sensaciones sucesivas y simultáneas como aficionado al fútbol. Siguieron tiempos más fértiles si cabe con Cúper y sobre todo Rafael Benítez en el banquillo… y tras ello un transcurso por la aridez y mediocridad en el que todavía seguimos inmersos.

Teníamos preferencia para hablar de los tiempos del doblete, y cuando lo hacíamos, mi padre siempre soltaba aquello de «R. es como un elefante». En una ocasión un tipo extravagante y animoso, amigo de un amigo que comía por vez primera con nosotros, no pudo dejar por desapercibido el ya típico y mítico comentario de mi padre. Le hizo repetirlo y guardó silencio durante prolongados minutos, cosa poco habitual en él, pareció reflexionar acerca de lo comentado.

De pronto nos interrumpió. Dijo creer entender a lo que se refería mi padre. «De entre todos los animales, el elefante es el que muere con más sabiduría… Quiero decir que es el más alto ejemplo que nos ofrece la naturaleza de cómo puede uno saber que ya está muerto, en lugar de estarlo y no saberlo.»*

Y a continuación: «¿Me escucha? Es una maravilla la forma en que mueren. Apenas se dan cuenta de que ya no pueden hacer nada y de que son un peso, ¡zas!, de pronto cortan: se consideran muertos y mueren. Y debería ver con qué exactitud se dan cuenta del momento justo en que serán un peso. Se dan cuenta en seguida. Pero en toda África no se ve un solo elefante muerto en los senderos ni en los bosques. Y no se puede decir que ellos entierren a sus muertos. Tienen cementerios secretos, que ellos mismos desconocen mientras viven, y hacia allí se dirigen los viejos elefantes que piensan que tienen que morir. ¿Lo entiende? No recurren a una acción violenta. Se ponen en camino, llegan al lugar, se tumban y esperan a la muerte. Nada más.»*

Quedamos impresionados con la reflexión del invitado, completamente callados durante unos segundos que parecieron horas, para a continuación asentir y seguir pensando en lo que dijo. No cabe duda de que recordaremos a R. por sus hazañas dentro del terreno de juego, por ser el motor y el alma del equipo que consiguió los dos últimos trofeos de Liga por parte valencianista; pero también por su honorable y silenciosa retirada.

R. murió con nosotros llevándose parte de nuestro corazón.

Mito Baraja, capitán de época dorada.
Mito Baraja, capitán de época dorada.

 

(Los fragmentos marcados con * están copiados de la novela El simplón guiña el ojo al Frejús, de Elio Vittorini, traducida por Mercedes Corral y editada por Debate).

(Artículo publicado originariamente en Valencia Corner).

Foto: Superdeporte (F. Calabuig y R. N. Cataluña)

Déjanos un comentario