No la he vuelto a ver entera. Quiero hacerlo. Pero no he podido. No he podido. El eufemismo del subconsciente para dilatar en el tiempo una cosa que no es urgente ni precisa. Pero lo haré. Quiero vivir un via crucis valencianista. Flagelarme por los detalles. Joder, que razón tiene Enrique Ballester. La final se decidió por Detalles. Hay que fichar a ese jugador. O cambiarle el nombre a Bryan Gil. Maldita sea, que cantidad de sollozos soltaba el Beatle andaluz. Como Hugo Duro, Soler, Gayá o Paulista. Por no hablar de Alderete. Un tipo que podría sentarse en la mesa con el Voro futbolista a degustar tornillos, estaba en el banquillo desconsolado como cuando un chiquillo se cae en el parque y se hace un repelón en la rodilla. Como muchos de los que poblamos la grada. Afónicos. Resacosos de emociones. Haciendo previas en tele, radio y Twitch, con el sueño ganado y soñando a golpe de euforia. Con barro de Viña Rock que fue la Fan Zone donde Louse Lopez & The Legends nos hicieron cantar. Eso dicen que pasó. Poco vivimos de aquello. Cinco minutos en la carpa para comprobar que el valencianismo sigue vivo. Con padres entrando a sus hijos al campo. Quedándose ellos fuera. Como en 2019. Con camisetas vintage que recordaban viejas glorias, con esa madurez que se admira de las hinchadas inglesas. En el mismo lugar. Donde el Probe Miguel. Con la esperanza de idéntico resultado. Buscando cobijo en cabinas ajenas para secar el exceso de agua por fuera y por dentro. Otra final del agua. Señales. No la vimos venir. O no queríamos. Estábamos pendientes de buscar algo con lo que alimentar la panza, antes que se cerrase por completo al entrar al estadio. Porque conforme se acerca la hora, el kick off anglosajón, hasta el más ateo reza. Longanizas, salchichas y ketchup en un bocadillo enorme de los que le gustan a Ginés, el de ‘¡Que empape, que empape!’. Y nos sentó casi mejor que un Estrella Michelin. Saludando a gente. Porqué sí. ¿Por qué no? Abrazos con la familia. Con A., en su primera final. Que suerte la suya. Con 10 años. Espero que le cale para siempre. Como la lluvia de Sevilla. Que, a pesar de todo, es una maravilla.
Control de accesos. Calma. Mentira. Primeros nervios. Hola La Cartuja, ¿nos recuerdas? Somos los mismos que en el 99. Fuimos tu primer amor. Los que te estrenamos. Que bonitos son los campos de las finales. Aunque sean feos. Se vislumbra buen ambiente. Mirando al cielo. Pensando en JF. Claro. Y reír. Cómo no hacerlo. Una nube tenía su cara. Emilio y Santi, el pequeño hooligan. Manda cojones abrazarnos en Sevilla estando a un tiro de piedra en València uno del otro. La grada naranja empieza a latir. Tots a una veu. Y una niña detrás nuestro sacándonos tarjeta amarilla. Que no la dejábamos ver. Sentaditos del todo. Hasta que se durmió. Lo dio todo en la previa, dice su madre. Normal. Pero cala. Seguro que sí. A pesar del mazazo a los 10 minutos. A pesar del cenizo. No deberían dejar entrar a esta clase de gente. Pero la democracia balompédica es así. Ojalá la grada fuese un quirófano al que solo se pudiese entrar con titulación. Así igual sería más bonito el fútbol. Así igual no nos dejarían entrar. Así igual no sería negocio. Pero este Valencia CF tiene momentos de rock ‘n roll. Son AC/DC. Como en el gol. De Hugo. Claro. Estaba escrito que iba a ser su final. Lástima que el final de la novela se emborronase. Como la de Soler. O Gayà. Con Ilaix como artista invitado. Un recital. Un brote verde para el futuro, quitándose de un plumazo aquello de no ser disciplinado y díscolo. Rock ‘n roll. Mamardashvili haciéndose gigante. Soler alentando a la grada. No nos oye. Rugido. Duro, otra vez, para entonar el uy. Y el 90. Con Gil. Bryan. Y ese pase corto para Gayà. Perdiendo la primera opción. Consiguiendo bola extra para su amigo. Para el otro capitán. Todos chutamos. En esas, lo ves todo en cámara lenta. Ya lo dijo Iniesta en el gol mundial. Se hace el silencio. Puedes oír hasta el golpeo. Y el tráfico. Las piernas verdes. Y el portero. No gol. Prórroga. Sufrimiento. Penaltis. Más de lo mismo. Y el final. Una hora nos quedamos allí. Sin decirnos nada. Masticando. Con la boca con sabor a metal. Como cuando te pegan un tiro. Y la nube de JF parece que llora y abraza.
Algunas veces ganas y otras veces, aprendes. Y no es por nosotros. Es por ellos. Por los que mandan. Esta entidad tiene mimbres para ser una de las mejores de Europa. Y no es pasión de forofo. Con una masa social brutal. Autodestructiva, vale. Pero brutal. Deben entenderlo. Por A. y por la niña que se durmió. Por nuestros padres y tíos. Por los que están allá arriba y que nos pusieron los patucos con el escudo. Por mí, por todos mis amigos y por mí primero. Han de conseguirlo. Por este camino, seremos espectadores de televisión y estaremos en el infrafútbol. Como un Real Zaragoza cualquiera. O aquel Depor campeón en el 95. Que es peor. Y no se ustedes, pero ir a finales es maravilloso. Y ganarlas, más.