Media la segunda parte en el King Power Stadium de Leicester. Juega el equipo local contra el Everton. En ese momento el árbitro señala penalty. Es el segundo del partido y su máximo goleador Jamie Vardy se apresta a lanzarlo, lo que supondría un 4-0 y un hat-trick para el jugador.

El ambiente en las gradas es de fiesta pues el Leicester City está celebrando con su afición la consecución de la Premier League, la primera en su más que centenaria historia de este modesto club del centro de Inglaterra. Todo parece preparado para otra explosión de alegría; tan solo lo puede evitar el portero rival, el español Joel Robles.

Y ahí están, frente a frente, delantero contra cancerbero. Tensión. Miradas fijas. Concentración. La grada contiene la respiración….Con un ligera carrera Vardy se dirige al cuero….dispara y….. el balón pasa por encima del larguero….

Joel Robles, exultante de alegría agita sus brazos de rabia y con gesto desafiante mira a Vardy y la grada…¡Quién lo diría! ¡Tan solo ha conseguido evitar recoger el balón de las mallas por cuarta vez en el encuentro y parece que acaba de ganar un título para su equipo! Estaban picados por un penalty anterior. El fútbol siempre da posibilidad de revancha. El estadio entero celebrando la Premier, pero Joel está satisfecho porque Vardy no ha marcado. Fútbol directo al corazón.

Este hecho, irrelevante e intrascendente en la competición, considerado incluso excesivo para algún espectador «neutral», significa muchas más cosas de lo que la apariencia le otorga. En ese sencillo gesto de rabia reside la esencia de este juego denominado fútbol: la competitividad, las ganas de ganar, el orgullo de imponerse al rival en cualquier aspecto. Sin esa pizca de sal, el fútbol no sería más que un espectáculo circense de unos jóvenes corriendo y haciendo cabriolas con una pelota.

Buscar cualquier atisbo de esa esencia del fútbol en el actual VCF es tarea imposible. Simplemente porque no la hay. Se ha perdido y nadie sabe cómo ha sido, o quizás sí. Muchos la achacarán a la frialdad que la actual gestión del club por parte de Meriton traslada a plantilla y afición. Otros aducirán que se trata de una mala gestión deportiva al planificar una plantilla de mingafrías acomodados e imberbes juveniles. Incluso los habrá que lo justifiquen por campañas mediáticas en pro o contra de alguien o algo.

Desde mi modesta opinión, echaría la vista mucho más atrás. Mínimo una década. Las raíces del actual acomodamiento valencianista son profundas y diversas. Están bien arraigadas y se extienden dentro y fuera del club. Podríamos recordar las batallas intestinas (y mediáticas) cuando se intentó renovar la plantilla del doblete; también podemos hacer memoria con las infinitas y aburridas justificaciones de terceros o cuartos puestos a 30 puntos del líder con una plantilla de jugadores que eran la base de la España campeona de Europa y del mundo. O podemos rememorar las interminables guerras de trincheras de los meses que pasaron entre la salida de Llorente y la venta (y postventa) a Meriton.

En definitiva, el valencianismo ha olvidado en la última década la esencia de este deporte: la competitividad en el terreno de juego y en los despachos; por contra, se ha centrado en las luchas por aferrarse al sillón, al canapé o al vestuario; a crear bandos por intereses espurios; o a medrar para colocarse en la foto. Así tenemos ahora a este club adocenado y triste, pensando más en sobrevivir que en competir, luchando por respirar en vez de ilusionar. La esencia del fútbol se nos fue y no veo ni al club ni al entorno centrado en su búsqueda.

¿Hasta cuándo seguiremos así? Por favor cuando vuelva el fútbol perdido en Mestalla, despertadme de esta pesadilla.

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