Salvo muy contadas excepciones hace tiempo que perdí la fe en el periodismo deportivo. Esa pérdida de fe no tiene que ver con que el micro sea amarillo o naranja, con que escriban en este o aquel periódico, defiendan o no al presidente de turno, o pongan a caer de un burro al capitán del equipo. Tiene que ver simple y llanamente con que no informan, no dan noticias. Escucho espacios deportivos, debates y tertulias, repaso las páginas de los diarios y no encuentro casi nunca una primicia, un dato revelador, un comentario técnico profesional. Solo opinión, tan válida o tan vacía como pueda ser la mía. Cuando Meriton se convirtió en máximo accionista esperé pacientemente un artículo en profundidad sobre la figura de Lim, sobre sus planes para el Valencia, pero también sobre su pasado, su personalidad, sus amigos, la opinión que sobre él tienen otros empresarios. Nadie ha pasado de la superficie, de cuatro datos que pueden encontrarse en la primera página de una búsqueda en Google. Se apoyan en el hermetismo del personaje, y esa excusa puede valerle al ciudadano de a pie, pero no al periodista. Están demasiado acostumbrados a que les pasen la información ‘cortita y al pie’.

Pese a esa falta de información he defendido la llegada de Peter Lim al Valencia desde el principio por dos razones. Por un lado creía que era la alternativa más fiable para hacer desaparecer del mapa a toda una serie de personajes que, o bien venían sirviéndose del Valencia durante años, o bien no tenían la capacidad necesaria para crear un club moderno. Por otro, me dejaba llevar por una característica personal que imagino que es común a todo aficionado de cuna, la ilusión desmedida. Del carro de la primera razón no me he bajado todavía, aunque la propia Meriton parece empeñada en las últimas semanas en tirarme a empellones. La segunda, tan irrenunciable como irracional, es la que me ha llevado a creer en un Valencia que de momento solo existe en mi imaginación. Es lo que se llama confundir deseo con realidad.

Mi Valencia de Lim se cimentaba en un personaje muy hábil para los negocios, pero que escondía a un amante del deporte y el fútbol. Mi Valencia de Lim no iba a construirse a golpe del talonario de un caprichoso, sino trasladando a la sede de Artes Gráficas las formas de hacer de una compañía afincada en Singapur (todos decían que allí las empresas aúnan modernidad y responsabilidad). Mi Valencia de Lim iba a crear una plantilla de buenos jugadores, con el presente necesario para no deshonrar el pasado del club y con aspiraciones para devolverlo a la nobleza europea en un medio plazo. Mi Valencia de Lim se iba a beneficiar de las buenas relaciones de su propietario con las elites para que la voz del club se escuchase con fuerza en reuniones y cumbres futbolísticas. Mi Valencia de Lim pondría patas arriba el monopolio televisivo de la Liga por su íntima amistad con Hammad al-Thani, dueño de Al Jazeera.

Me creé mi propia película porque, entre otras cosas, nadie de la prensa me contó otra. Bueno sí, una en la que Lim era un magnate al que se le cae el dinero cuando anda y que iba a convertir al Valencia en el PSG en dos días. Y como no lo ha hecho deberíamos echarlo a patadas. No hace falta perder mucho tiempo en Internet para saber que Lim es solo la fortuna 949 del mundo, con unos 2.000 millones de dólares de patrimonio. Por comparar, la de Amancio Ortega asciende a 64.500 millones y la de Juan Roig a 5.400, con los que puede soportar muy bien el peso de un club de baloncesto, pero no de fútbol. Todo vale para desprestigiar al caballo ganador del contrario, a sabiendas de que el tuyo ni siquiera habría pasado por asno.
Hoy me encuentro con el sueño bastante roto. Me tranquiliza la inversión realizada hasta el momento, la seriedad y el sentido común de Lay Hoon, la forma de afrontar los pagos más urgentes y los marrones más acuciantes. Pero me cuesta encontrar atisbos de un club moderno con un plan a largo plazo, que esté sentando las bases ahora para alcanzar la cima después. Nada hay de publicidad en las camisetas, de campañas internacionales (todo lo que hemos visto son a una docena de orientales viendo al Valencia en un bar de Singapur con las etiquetas de las bufandas por cortar), de presentación de un organigrama deportivo limpio de filias y fobias, de acciones filantrópicas de la Fundación, de un proyecto de estadio que debería acabarse en cuatro años. Frente a esto solo veo parches, decisiones fruto de un calentón, el recurso a los amigos. O lo que es peor, la tibiedad de un dueño que empieza a ceder a los deseos de los de siempre. Al principio todo nos hacía gracia, desde no poder ni pronunciar los apellidos de los ilustres miembros del consejo de administración, a la facha de Kim Koh con una chapela calada. Ahora, queremos que Meriton nos enseñe el camino, o al menos dónde se encuentra la casilla de salida.

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