Parejo llegó con la confianza de pocos, a pesar de haber sido uno de los niños bonitos de la cantera del Real Madrid (sin ir más lejos Di Stefano, sobre quien en los madriles se suele olvidar sus pasos por Valencia, le señaló como el más talentoso). Como Soldado, canterano también del Madrid, procedía del Getafe; un equipo de escaso nivel competitivo. Un jugador enclenque, frío, con pocas luces, lento aunque con indiscutible capacidad técnica, a priori, no lo tenía fácil en el Valencia. Quizá en el Valencia bronco y copero no hubiera tenido opciones, pero el Valencia al que llegó era una ruina. Y ya se sabe que en el mundo de los ciegos, el tuerto es el Rey. O al menos eso dicta el refrán. Le costó adaptarse, obtener minutos, las banegadas extradeportivas le facilitaron el camino, no obstante no fue hasta la llegada de Valverde al banquillo che cuando su fútbol sufrió una mejoría notable, su asociación con Banega facilitó los mejores minutos del equipo en años. Y Banega se fue. Lo regalaron al Sevilla, y el argentino fue clave en la consecución de varios títulos del conjunto andaluz. Sin embargo, Parejo no estaba dispuesto a bajarse del timón, pese a las complicaciones que surgieron en el camino (el tractorista Djukic al principio no contó con él, craso error): en un Valencia decepcionante, él era la luz que más brillaba en el equipo. Asumía galones, siempre pedía el balón, jugaba con criterio, y sí, hacía parejadas. Benditas parejadas. La llegada de Pizzi, la inyección de moral que insufló el argenitno a un equipo depresivo, volvió a hacer brillar a Parejo, alma máter, pieza fundamental, eje, del Valencia. Se contagiaron de una euforia y un hambre de victoria que Lim se encargó de diluir con la injusta destitución del técnico argentino. Llegó Nuno y Parejo siguió rindiendo a un nivel excepcional, asumiendo otro rol, en esta ocasión siendo en muchas ocasiones el primer hombre de presión y mostrándose como un gran llegador de segunda línea (16 goles), favorecido por el trabajo obscuro del delantero en el sistema nuniano. En cambio, aunque muchos no quisimos, sí se pudo apreciar la decadencia valencianista conforme llegaban los últimos partidos de la temporada, lo que desde la distancia lleva a pensar que Nuno se aprovechó del trabajo mental-psicológico-identitario de Juan Antonio Pizzi. Y entonces nos encontramos en la temporada actual, tan nefasta que el Valencia corre el serio riesgo de descender a Segunda División. La encaró Parejo como en las últimas temporadas: siempre pidiendo el balón y asumiendo la responsabildiad, en muchas ocasiones desacertado (y aún así, de lo mejorcito del equipo) hasta que se borró de forma miserable. Antes incluso de renunciar a la capitanía. Renunció a su fútbol, a la capitanía, se escondió, sus parejadas cada vez penalizaban más, restó. Demostró no tener la personalidad necesaria para superar las situaciones más adversas. Porque para ser justos, la afición tampoco se lo ha puesto fácil: se corría por cualquier chuminada que hiciera Gomes -por el momento, mucho ruido y pocas nueces-, por ejemplo, y en cambio, negaba todo lo aportado por Parejo, que en estos años duros fue uno de los faros y más destacados del equipo. Siempre discutido y menospreciado, hubo momentos incluso que llegó a mostrar un juego de primer nivel. A uno le queda la duda de qué habría sido de él si en lugar de criarse en la cantera del Madrid y después recalar en el Valencia lo hubiera hecho en la del Barcelona. No podrá ser.
Lo que tengo claro es que Daniel nunca más debería vestir la camiseta del Valencia.
Foto: Marca.