Al menos desde que yo tengo memoria, el viejo café siempre estuvo allí.
La mañana es algo fresca para estar a finales de julio pero el café mantiene, a esta hora de la mañana, una especial animación. Es lo habitual el día después de un partido del Valencia, en especial a la hora en que los parroquianos esperan la llegada de la prensa deportiva para echarle un ojo, tostada en mano.
Verano. También hay algún forastero despistado que entra en las conversaciones con respeto reverencial o sin él… da igual, toda palabra, sabia o necia, queda diluida entre el “cling-clang” de los cubiertos y el “swoooosh” de la máquina cafetera.
Saludo a algunos de mis habituales contertulios y es en ese preciso momento cuando, de manera real, se pone en marcha el engranaje cotidiano.
-¿Vio usted el partido de anoche? Me parece indignante que Albelda, después de lo que hizo, siga vistiendo la camiseta del Valencia.
-En absoluto, responde otro parroquiano, el problema es Aimar, siempre lesionado, que marche ya.
-Lo que yo no entiendo es porque gastarnos 15 millones en el delantero ése asturiano del Zaragoza… necesitamos un crack de verdad y no medianías. Afirma un tercero.
Como si poseyera un pequeño superpoder, oriento mi antena hacia la mesa de al lado, mientras mis vecinos apuran la tostada húmeda aún de café:
-Fernando es muy lento, ralentiza el juego y en realidad no vale nada, me recuerda a Paquito, otro que tal.
-¡No! Afirma un contertulio con cerrado acento horteño, todo el problema del centro del campo pasa por Castellanos, que ni crea, ni destruye…. En un equipo donde ha jugado Daniel Solsona, tener que aguantar a éste, es un insulto a la memoria….
-Dudo que sea capaz de nombrarme un solo centrocampista mejor que Castellanos, y es que, mi querido amigo, su odio hacia él es irracional, es usted un “¡Castellanos-odiador!”
Curiosa expresión, pienso. Abro la prensa del día, que, aprovechando un descuido de su lector anterior, ha llegado a mis manos por fin. Se habla del regreso de Roberto desde el Barcelona. El camarero, hijo del dueño, que así se saca unos durillos en verano (él dice que para pagarse los estudios, pero yo sé, me lo contó una tarde, que es para agasajar como merece a la vecina de arriba, adolescente femme fatale), interrumpe mi ensoñación.
-A Roberto no le quiero aquí ni en pintura, se fue al Barça cuando nos fuimos a segunda, y ahora que quiere… ¿volver?… ¡Que se fastidie!
-No te preocupes, interviene su padre, siempre vigilante, esta semana a más tardar ya llega Jardel, dicen que incluso hoy coge el avión, ese brasileño sí que es un buen delantero.
-Pero… interviene mi vecino de barra, entonces saldrá Óscar aunque yo en realidad al que largaba era a Wilmar Cabrera.
-¡Pero si no tienen un duro!, zanja el dueño del café, no sé dónde se han metido el dinero de Leonardo, que, por cierto, ¡en la vida lo habría vendido yo!… o Mazinho… ¿cien millones dónde están?… luego aún querremos recuperar a Juan Sánchez….
En la mesa de al lado, las caras que aún desayunan me son desconocidas. Hablan de nombres y clubes extraños, y apenas atino a escuchar nosequé de un portero que no se habla con su entrenador, que si no entiende como su gran figura es abucheada o venden a su más joven talento al mejor postor. Pero es lengua que no comprendo ni entiendo, pertenecen a esas páginas de la prensa deportiva que suelo pasar de largo si el tiempo apura.
Un joven estudiante de periodismo con ganas de hacer méritos se me acerca y me cuenta como si fuera un secreto:
-Diego Ribera: quédate con él, máximo goleador en todas las categorías, una clase descomunal, acuérdate de lo que te digo… ¡luego todo el mundo querrá subirse al carro!
Me levanto hacia el excusado, preguntándome por qué un futuro periodista me susurra sus grandes descubrimientos y me pide que recuerde esta circunstancia.
Junto a la puerta, la mesa está ocupada por contertulios más veteranos, de esos que visten igual en verano y en invierno y discuten con parsimonia. Llueve sobre mojado.
-Guillot es mil veces más jugador que Waldo, el “negret” no metería ni la mitad de goles sin el rubio al lado.
-¡Xé calla, home! Si tu aún piensas que Kempes es un pufo por un partido que le viste en el Naranja.
-Més Puchades i més collons es lo que falta, que jo al Claramunt eixe…no el veig.
El más veterano del lugar comparte mi sonrisa ladeada y casi me susurra como un secreto:
-En mi época no se gritaba tanto, si alguien llamaba “borracho” a Gorostiza, éste metía cuatro goles con el culo y se acababa la tontería… y antes…. Antes las riñas no eran sobre fútbol…. ¡qué horror!, dice, mientras una furtiva lágrima asoma por el azul de sus ojos cansados.
Abro un paréntisis y salgo del fútbol para escuchar las viejas historias de éste anciano: “Bebe de todas las fuentes y escucha a todos los viejos”, dice una vieja sentencia que llevo muy grabada a fuego en mi corazón.
Se hace tarde, es ya esa hora donde el desayuno se mezcla con el almuerzo y las olivas sustituyen a la mantequilla. Pago la cuenta, sonrío al muchacho, pronto la “vecina fatale” bajará a pasear a su perrito y mi joven Romeo enrojecerá sus mejillas. Le doy la propina que toca y me despido hasta mañana.
Abro la puerta y antes de salir miro de nuevo, junto al dintel, las dos fotos que dos hermanos, parroquianos históricos del café, regalaron a su anterior propietario y fundador, padre del de hoy.
Son casi gemelos, las fotos idénticas y también las dedicatorias, aunque una pequeña variante no me pasa desapercibida:
“Para la Cafetería Tal, con cariño de MONTES”
“Para la Cafetería Tal, un saludo de CUBELLS”
Al menos desde que yo tengo memoria, el viejo café siempre estuvo allí.
Sergi Calvo
pd. Las fotos han sido extraídas de la ficha de los jugadores en ciberche.net