Con el resultadismo imperante hemos olvidado que lo que en realidad importa es lo que pasa en medio; lo hemos olvidado todos, como sociedad; la velocidad de vértigo de las vidas inanes, la superficialidad de las relaciones y los análisis, el escaso tiempo de reflexión, la frivolidad teñida de intrascendencia que hemos contraído, el olvido y la tergiversación que aplicamos, todo, absolutamente todo, hace que vivamos como aficionados-robots, y que a su vez, estemos gobernados y representados por jugadores-robots, entrenadores-robots, directivos-robots. Y rodeados de un entorno repleto de robots-hienas, o robots a secas.
Quizá debería dejar de fijarme en los demás y centrarme en mí mismo: debo reconocer que no disfruto viendo al Valencia, que el amor indeleble hacia el club se ha tornado más en una cuestión costumbre, de adicción, un castigo a veces placentero. Envidio esos tiempos en los que me cabreaba inocentemente cuando se fallaba una ocasión, en los que explotaba de ilusión ante una jugada espectacular, en los que daba (relativamente) igual lo que hicieran mis hombres porque yo lo vivía con una intensidad desbocada, irracional, aniñada. La profundidad del concepto que es sentirse parte del Valencia, la locura de llevar con orgullo la camiseta de mi equipo el día después de ser vapuleado, la capacidad de imaginar y soñar situaciones nuevas, reinterpretar las ocurridas, tener la imperiosa necesidad de jugar otro partido. Jugar, sí, porque en esos momentos uno está en el campo, es uno más del equipo: empujando, peleando, gritando, dejándose el alma. Hasta terminar extenuado.
¿Por qué me he embrutecido de tal manera?, me pregunto; ¿por qué se apaga la llama de mi interior?; ¿por qué se le da tanta importancia al dinero cuando en lo sustancial no importa casi nada?; ¿por qué ocurre lo mismo con el resultado?; ¿por qué siempre hay que ganar y sólo ganar?; ¿por qué sólo vale ganar?; ¿de dónde procede mi intransigencia, mis ideas preconcebidas e inmóviles, mi ira, mi ironía, cuando se trata del Valencia?
Es indudable que estoy dominado por la mentalidad de la sociedad en la que convivo y de la que formo parte; como también que muchas de mis frustraciones personales van a parar a mi equipo. Al fin y al cabo; ¿no fracaso en la mayoría, por no decir todas, de las cosas que intento?; ¿no es cierto que la monotonía vital se ha instalado en mi interior?; ¿que realmente no disfruto del tiempo que estoy malgastando, ya sea de ocio, profesional o de sueño (¿hace cuánto que no recuerdo lo que soñé? Un huevo,… demasiado)?; ¿no es verdad que la espontaneidad y la capacidad de abstracción son cada vez más exiguas y débiles?; ¿que el quédirán cohibe muchas de mis no-acciones y no-pensamientos?, etc.
No tengo varita mágica.
Pero al menos me consuelo pensando que, hoy, me parezco más que ayer a aquél que fui, o a quien mi memoria y mi imaginación me hace creer que fui.
Por siempre, y para siempre, aun bajo tierra:
Amunt Valencia.
Nos preocupamos más del resultado que del proceso para llegar a él, cuando lo realmente importante es crear una estructura para conseguir resultados, no al instante, sino a largo plazo. Esa estructura es nuestro mayor éxito, aunque puede también derrumbarse por un simple tornillo que no encajaste en el lugar adecuado (si no que se le digan a Calatrava te la clava).
Creemos tener una influencia decisiva a nivel individual, cuando sólo tenemos una influencia débilmente perceptible a nivel grupal. A veces envidio no estar en medio del meollo deportivo valencianista, pero muchas veces doy gracias de poder verlo desde el burladero sin que las luchas cainitas me peguen las cornadas.
Eso sí, una cosa sí te digo: si se lleva algo en el corazón, no intentes ni extirparlo. Sólo trata de ponderar tu sufrimiento ante lo que no puedas controlar tú solo. Nuestro València CF pone a prueba la solidez de nuestros corazones e incluso de nuestros principios, pero lo llevamos en el corazón y un pedazo de él será nuestro siempre en las victorias y en los fracasos, así como un pedacito, aunque sea ínfimo, del Valéncia CF estará hecho de retales de nuestro espíritu batallador, inconformista, explosivo e ilusionable. Y esto lo debe tener en cuenta cualquier persona o sociedad que tenga el poder de decisión en nuestro club, si no estará condenado al fracaso.
Amunt, amunt…
Muy aguda reflexión, JL. Un placer leerte.