La cosa iba camino de convertirse en una semana negra. Un hat-trick de decepciones de las cosas que nos hacen felices y tristes casi a partes iguales. Se suspendían las Fallas, se confirmaba la eliminación estruendosa envuelta en el silencio de un Mestalla naranja y vacío. Faltaba la puntilla. No la de tapa. La del toreo. La del estoque final. 25 millones estaban en el aire por aquello de las chapuzas de los dueños valencianos disfrazados de valencianistas. Es importante este detalle. Ahora que está de moda atacar al dueño por su procedencia, la llegada a este lugar vino por los de aquí. Siempre he pensado que aquellos que entraron en el fútbol del empresariado valenciano eran más de medio pelo que de cerrar tratos estrechando manos. Pero claro, solo es una percepción particular. Servidor tampoco sabía quien era Salvo y su empresa hasta que apareció patrocinando al Valencia Basket y su empresa, por lo que dicen, va como un tiro. El caso es que por la herencia recibida se ha conseguido, de momento, no pagar una multa que se considera importante. Jugarretas consentidas desde los poderes que reinaban, conchabados con los directivos, valencianos, que moraban la zona noble de las oficinas del Valencia CF.

Y oigan, la verdad es que parece que hay un pacto secreto para minimizar las cuestiones positivas que se hacen desde el Valencia CF. Acciones sociales, como el fútbol en silla de ruedas presentado en la Estación del Norte poco recorrido ha tenido. Las lonas y la comunicación en valenciano no se cuentan con la algarabía de las malas noticias. También es cierto que los mismos gestores vetan a periodistas el acceso a sus instalaciones por el mero hecho de contar, con vehemencia y un poco de mala leche, las cuestiones diarias. Quizá, solo quizá, usar juegos de palabras a modo de calambur hubiera sido una solución. Si a Quevedo le funcionó, puede que a nosotros también.

Y luego tenemos los personalismos. En Japón cuentan que hay una tendencia a no ser de un equipo, sino de un jugador. El marketing supongo. Y aquí somos mucho de eso. De bandos personales. Desde los tiempos de Montes y Cubells. Ahora hay bandos con Marcelino, con Lim, con Salvo, con el pantalón blanco, con el pantalón negro, con el CF, con el FC, con la megafonía alta, con la megafonía baja, con el dj, contra el dj. Y, por supuesto, con Mateu Alemany. Podríamos hablar que en el país de los ciegos, el tuerto es el rey, refiriéndonos al equipo directivo del Valencia CF. Y que con un poco de sentido común, Alemany estaba enderezando el árbol. Aunque convendrán conmigo que la cosa no era muy complicada, visto el listón. Una hoja de ruta, una selección de altos directivos, entre ellos un entrenador acorde según su criterio, para conseguir maximizar fortalezas y reducir debilidades. Un plan de negocio, vaya. El resultado, ya lo saben. Todo fluía hasta vete a tú a saber que día en el que saltó la chispa. Y todavía existe esa sensación de perder a un tipo que, sin marcar goles, parecía ser más importante que cualquier delantero. Abracemos a la melancolía y soñemos con una vuelta, como hizo con su Mallorca. Lo sé, es difícil, pero cosas más raras se han visto. Pero vamos, que hizo su trabajo y ya. Con más luces que sombras, cierto. Pero ya no está. Y si firma por otro equipo, ya saben lo que toca. Rasgarse las vestiduras o hacerse de ese equipo. Para lo último no cuenten conmigo. Recuerden que somos los hijos que pusieron en el altar a Tuzón y después le gritábamos que soltará los duros. Somos los que no dejamos hablar a Ortí y nunca más habló un presidente en una presentación veraniega.

Ya ven, con lo bonito que hubiera sido hablar del arte de la pisada de Gameiro. Pero la belleza en la derrota parece ser menos belleza. Lo dejaremos para otra ocasión o que duerma el sueño de los olvidados. Quien sabe. Hay tiempo para estar en casa y pensarlo.

La canción de hoy, porque el mundo parece que nos ahoga y porque parece que estamos volviendo a la casilla de salida, es esta versión maravillosa de Olaya Alcázar de «En el punto de partida».

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