Publicado el RDL que regulará la esperada comercialización centralizada de los derechos audiovisuales a partir de la temporada 2016/17, y una vez observada la postura del Valencia CF, con el presidente ejecutivo como máximo representante de la entidad e interlocutor en las reuniones, a uno le asaltan dudas sobre la actitud mostrada por uno de los pesos pesados de la Liga.
Basta una simple ojeada al decretazo para darse cuenta del traje a medida que los principales gerifaltes del fútbol español han diseñado para los dos abusones de siempre, camelándose a los más desfavorecidos -indigentes comparsas tomados casi como rehenes- para granjear su necesaria aquiescencia a base de milloncejos en formato consolador nervudo. Brillante obra de ingeniería negociadora la que han perpetrado en nuestros morros. Y encima con rango de ley. Olé.
Me ha sorprendido ver a Salvo congratularse por el nuevo reparto y, a la vez, reconocer que no es del todo de su agrado. ¿Mande? ¿Dónde quedó el Amadeo de raza contestataria que se dejó media vida plantando cara a los mandamases políticos y banqueros durante el tortuoso proceso de venta? En una de aquellas proclamas arrancaplausos aseveró con majestuosidad defender a ultranza y poner en valor el club mientras estuviera al frente. ¿Acaso este asunto no merecía tal desgaste?
Con la aprobación de esta nuevas medidas, trufadas de recovecos legalizados con calzador, se certifican dos cosas: la primera, mantener el statu quo de insultante desigualdad durante al menos 6 años (hay quien se afana, con sumo ahínco, en paliar la indignación cacareando lo de que a partir de 2023 -a dos cafés- se invertiría la tendencia si los derechos se vendieran por 1.500 millones de euros, cosa que está por ver). Y la segunda, tirar por la borda la histórica oportunidad –«tras más de 2 décadas», Salvo dixit- de mostrar los dientes, estrujando el músculo coyuntural y el poderío presencial e influyente de un magnate internacional como Peter Lim, para sin embargo acabar siendo concomitante de la tropelía.
Muchos se resignan preguntando ¿Y qué hacer si deciden 41? Pues miren, que un voto no consiguiera voltear el inicuo plan no estaba reñido con cursar ese tono beligerante que tanta popularidad amazónica ha acaparado entre las masas. Queda un regusto amargo respecto a la voluntad que ha transmitido el club a la hora de pintar un esbozo renovado para al final contemplar el mismo cuadro, a corto plazo al menos. Como de indiferencia, incluso negligencia, al no poner palos en las ruedas -la frase por antonomasia de la venta- ni denunciar públicamente la sobreprotección orquestada desde la capital.
La foto muestra a un Valencia condescendiente con la patente de corso -infame y conchabado órgano de control– expedida a nombre de a los que parece rehusar un vis a vis, con una predisposición no insurrecta cuya sombra evoca inexorablemente a la de Manuel Llorente, tan abominada en su día. En este caso, y solo en este -insisto para evitar el desfile de guadañas suspicaces-, mismo perro con distinto collar. Continuidad a una línea inmovilista de difícil aplauso y digestión pesada a estas alturas. Antaño se espoleó con acrimonia al gran gestor a enhestar el respeto -en castellano- debido, a no hincar las rodillas ante tamaña arbitrariedad y a despojarse del yugo de la servidumbre. Antes. ¿Y ahora? Pasapalabra.
Haciendo cálculos milimétricos sobre una hipotética venta boyante -siempre a medio plazo- conseguiríamos arañar alrededor de 15 millones seguros, que no está mal, pero el trasfondo es más de lo mismo, el vetusto «miraré para otro lado mientras me des lo mío». ¿Y qué es lo mío? A la postre, compraventa de silencio, oposición, rebeldía, estorbo. Dignidad.
En el momento que el Jefe de Estado ha rubricado esta patraña, no hay pataleo que valga ya. Ahórrense el postureo y la buena palabrita, no hagan que las tragaderas les dejen en evidencia innecesariamente. Por higiene moral. Y por decoro al aficionado.