Desde que abandonamos, física o espiritualmente, Mestalla a eso de las seis de la tarde del sábado hasta hoy, han pasado muchas cosas. El nuevo viejo templo de la Avenida de Suecia vibró con una tarde donde el juego directo y el compromiso del conjunto superó ampliamente a las insulsas transiciones sin profundidad del equipo de Setién, asemejándose el Barça de fútbol a la sección de balonmano del mismo club. Pero claro, sin los latigazos en forma de goles de los Entrerríos y compañía. Maxi Gómez, camino de convertirse en un acierto deportivo, condujo emocionalmente a la parroquia valencianista desde la desilusión al éxtasis. Brazo ejecutor del derribo, pegando una patada a la estadística y rompiéndola. Luego vino lo de Rodrigo, que si estaba enfadado por no quedarse con el equipo a saludar al finalizar el partido, su viaje a Barcelona, con Cillessen, su rodilla, su Instagram y la calma chicha. O no. Porque siguiendo con Rodrigo, Murthy y Mendes pasó a convertirse poco menos que en un cacho de carne de larga maduración expuesto en una cristalera por aquello del mercato. Discutamos las formas, de acuerdo. Pero no dejemos de lado que las ventas que se han de producir con anterioridad al 1 de julio han de ser importantes, según mensajes lanzados en rueda de prensa por Mateu Alemany, anterior CEO del club. Si tienen más interés en saber de cuentas, sigan a Mario Selma (@VCF_Blog) para estar informados con datos y rigor. Pero visto lo que ha salido después con Bakambu, Willian José y algún otro que saldrá, el Barcelona, con su desespero por fichar un nueve temporero, se está cubriendo de gloria. Para que digan que en Valencia se está mal porque no son valencianos los dirigentes y no lo entienden. Bartomeu, aka Nobita, no es japonés, no. Valors por el forro, nen.

A todo esto, hubo partido. De los que son trampa. Contra la Cultural y Deportiva Leonesa. Y por poco mandamos a pastar, desde casa, la suscripción al canal de streaming que tiene los derechos de la Copa. La Copa mola. Así. Mucho. Aunque Jaume no hubiese parado dos penaltis. Da vida y castiga al indolente. Por desidia o falta de motivación, pero lo castiga. Deporte profesional, tetes. No hay más. Y en León, el Valencia parecía el Barça. El de Setién, por romo. Canas y arrugas para todos.

Y acabamos la semana con Florenzi de bianconeri y Paco Alcácer vestido de groguet. Servidor es de los que quería que volviese a su equipo. La historia de Paco es brutal. Debuta, marca y pierde a su padre. Todo en un día. Y me gustaba pensar en la conexión Gayà-Alcácer, compartiendo indicaciones en el campo en valenciano. Ya ven, para estas cosas soy un romántico de la lengua. Y me repugna aquellos que, para menospreciar al Villarreal, los llaman paletos o pueblerinos. Entendería que esas cosas viniesen de Madrid u otros lugares por absoluta ignorancia y ombliguismo, pero precisamente llegan muchas desde la afición del Valencia CF. Cuando la gran masa de valencianistas somos de pueblo y nos chupamos una hora o más de coche para ir al Templo. A veces, tanto que nos quejamos de los tratos recibidos por la prensa mesetaria, imitamos, malamente, los vicios aquellos, convirtiéndonos en una versión Aliexpress de poc trellat. Piénsenlo.

Y de Florenzi, ¿qué? Pues solo lean su bio en Twitter «Giocare a calcio con i piedi è una cosa. Giocare con il cuore è un’altra cosa». A mí ya me tiene ganado. Carboni y, en menor medida, Moretti, le marcan el camino. Siempre es bueno tener italianos en un equipo. Como tener uruguayos. Dan un plus de competitividad.

En esta nueva etapa, les veré, si gustan, cada quince días aquí, en Café Mestalla. Y armonizaré el texto con una canción. Para este debut, aprovechando su visita hoy a Valencia, Igor Paskual y «Con la suerte de nuestro lado».

 

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