Tenía muchas ideas. Siempre se me ocurren cuando no tengo tiempo para plasmarlas. Y después se olvidan. Me pregunto, a veces: utilizamos el fútbol para tapar las miserias de nuestras vidas. Quien dice el fútbol dice el trabajo, dice la lectura, dice el cine, dice la música, dice el deporte, dice las quedadas, dice el sexo, dice cualquier cosa que haga olvidarnos (o no) de la miserias de nuestras vidas. Pienso, a veces, en la pasión que siento hacia el Valencia y soy incapaz de explicar las razones con claridad. ¿Por qué el corazón me late a 120 pulsaciones cuando juega el Valencia? ¿Por qué tengo esa imperiosa necesidad de ver al equipo que apoyo como ganador, y en caso de no conseguirlo, me ahoga la desazón, aún pudiendo estar contento con el desempeño del equipo? ¿Por qué esa necesidad de que el equipo al que apoyo consiga la victoria? ¿Una victoria del Valencia es una derrota menos en mi vida? ¿Repercute de forma significativa en ella? Recuerdo una época en la que cuando el Valencia perdía me enfadaba y dejaba de cenar, por ejemplo. Esos tiempos volaron, no sé si para bien o para mal. Creo que significa que me estoy haciendo viejo. Lo constanto cuando entro a facebook y muchas de las entradas están protagonizadas por infantes de menos de cinco años. ¿Ya no siento la pasión como antes o es el Valencia que no me hace sentir lo mismo que en su día? Dicen que el amor dura a lo sumo tres años, el amor verdadero, y después llega la fase de acompañamiento-acomodamiento, nunca me lo he planteado seriamente, pero quizá mi relación con el Valencia esté en esa fase. Soy del Valencia porque desde pequeño siempre he apoyado al Valencia. Porque en cierta manera me representan, ya que también soy valenciano de nacimiento y siento esta amarga y al mismo tiempo bella y preciosa tierra en mi sangre, en mi espíritu, en mi alma; en caso de existir. En cierta manera durante unos momentos consigo olvidar los sinsabores (¡y también los sabores, que los hay!) que depara la vida para hacerme con nuevos sabores y sinsabores. Me temo que este monólogo improvisado, como por otra parte la vida, no lleva a ninguna parte más allá de la extinción. ¿Qué pasa con la ingente cantidad de información, de creaciones, de sentimientos pérdidos en el océano de la red cibernética? Al fin y al cabo con el tiempo sólo quedan algunos nombres repetidos por nuestros mayores no sé si por azar o con justicia, pero sí sé que la mayoría quedan sepultados en el olvido que es el tiempo y que seremos: Kempes, Arias, Waldo, Penev. Tendillo, Claramunt, Subirats y unos cuantos más. Pero dentro de unos años nadie se acordará de Sietes, de González, de Sempere, de Roche o de José Ignacio. Igual que con nosotros. Y quizá también les ocurra lo mismo a los hoy más reconocidos. Es cuestión de tiempo. Quizá de ahí parte de la curiosa necesidad del ser humano de procrear y engendrar un vástago: para mantener la imagen propia en el recuerdo (ajeno) el máximo tiempo posible. ¿Pero qué hay de vuestra tatarabuela? Sepultada en el olvido, como la mía. Lo efímero del tiempo que despreciamos y malgastamos día a día. ¿Y qué me decís de la extraña capacidad de nuestra memoria? Me viene a la mente las historias que me contaba mi difunta abuela sobre momentos de su juventud, posiblemente ficcionadas, pero siempre perfectamente  coincidentes y precisas; mientras le costaba acordarse de lo que había comido hace dos días; igual que nosotros, vosotros, supongo, y yo, recordamos momentos más o menos importantes pero sin duda significativos. Uno de ellos fue la Copa del rey conseguida por el Valencia de Ranieri, (el primero, el bueno, el que tenía hambre de victoria), con Claudio López y Mendieta como abanderados del proyecto y mucho joven sin complejos y sin hacer concesiones a los rivales, y echo en falta eso, me gustaría ver un equipo con menos cerebralidad resultadista, y más impulsivo e impetuoso; me gustaría que esta generación comandada por Gayà, Alcácer y los que se quieran sumar (algunos como Isco o Bernat emigraron) fuesen capaces de sentir la vie bon vivant más allá de los agobios de la presión para alcanzar el triunfo. Sois, somos, perdedores, en todos los aspectos de la vida, y las pequeñas (o grandes) victorias suponen un estímulo para el proseguir, aunque una vez alcanzado el logro: ¿qué queda? Me refiero a qué sustancia, aparte de una sensación de orgullo que será pasajera y se extinguirá.  Las risas que regalamos son mejores que las que perdimos, aunque a veces se nos olvide o la frustración nos ofusque la mente e inunde cerebro y corazón del negror cotidiano de la monotonía y saber que no se es especial. Porque: Gayà, lo siento, pero no eres especial. Alcácer, lo siento, pero no eres especial. Otamendi, lo siento, pero no eres especial. Baraja, lo siento, pero no eres especial. Etcétera, etcétera. Podéis llegar a ser símbolos, emblemas, mitos del valencianismo. Pero no sois especiales. Sentís la amargura de la vida como yo. Como tú, si todavía sigues ahí. Tenéis la fama, el dinero, incluso el reconocimiento, pero fracasáis en la vida tanto como nosotros. Puedes intentar no pensar en el vacío interior lo máximo posible, pero siempre habrá un momento en que te pille. Estúpidas diatribas las que escupo, sí, ya lo sé. ¿Y? Me refiero: ¿qué es lo que pierdo escupiendo estas punzadas?

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