Lo primero que el valencianismo ha ganado -ojalá no sea lo último- en la temporada del centenario ha sido un aprendizaje. El pueblo de Mestalla ha demostrado paciencia, saber estar, madurez y una lectura del momento y la situación inusitada. Lejos del manido, cacareado, interesado y falso tópico, la afición valencianista ha aguantado meses de resultados nefastos, justo tras un verano de fuerte inversión para mejorar la plantilla y afrontar la temporada con la ilusión de la Champions League en mente.
Esperanzas que fueron desvaneciéndose una a una con el paso de las semanas. Pero la gente aguantó el tirón y Mateu Alemany dio la cara por Marcelino en la famosa cumbre de Singapur. El asturiano salió reforzado de todo aquello y los resultados comenzaron a acompañar. Un mes de enero espectacular ha dado la razón al respetable público de Mestalla y al dirigente mallorquín. De la mano del mejor Parejo visto hasta la fecha, el equipo ha sido capaz de remontar la situación en Liga y ya está prácticamente a tiro de piedra de la cuarta plaza y en semifinales de Copa del Rey. Solo la traba, difícil aunque también el mejor escenario posible, de la eliminatoria ante el Betis separa al Valencia de la soñada final.
El valencianismo la necesita. Once años después de la última no hay urgencia mayor que ésta. Los más jóvenes tienen que conocer lo que se siente. De superarse el escollo, Sevilla será arrasada por las hordas valencianistas. Menos mal que Mestalla no ha sido designada como sede. Levantarse, vestirse y acercarse al estadio como un día más le resta todo el encanto.
La forma de conseguir el acceso a la última ronda previa al desenlace ha sido, además, una inyección de autoestima necesaria y que va a venir muy bien a equipo y entorno de cara a las próximas semanas.
He vivido momentos mágicos en Mestalla, pero recuerdo muy pocos estallidos parecidos al que vino tras el tercer gol de Rodrigo al Getafe. Quizás el único fuera el que sucedió al gol de Baraja que culminaba la remontada al Espanyol en 2002 con la que nos supimos campeones aunque hubiera que corroborarlo más tarde en la Rosaleda.
La gran noche del valencianismo en años fue la mejor noche de Rodrigo. Y no es casualidad. El hispanobrasileño encarna los valores del pueblo de Mestalla: pundonor, sacrificio, persistencia, humildad y ‘trellat’. Se lo merecía.
Ya hemos ganado algo esta temporada: hemos aprendido que paciencia y unidad son las el mejor camino para el éxito.
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