Es difícil no entrar al debate sin llenarse de barro hasta las rodillas. Como en un partido en El Sadar o Atocha en los ochenta. Los test a disposición de los jugadores de fútbol de La Liga como uno de los primeros pasos para recuperar la normalidad del mundo del balón. Normalidad que no será tal, ya que ni usted ni yo podremos pisar ninguna grada, por ejemplo. Ni enguarrarlo todo con las cáscaras de pipas ni tirar el refresco por una patada sin querer al fallar un gol o un control algún jugador, ponga usted en su cabeza el que más rabia le dé. La cosa será aséptica, a veces silenciosa, como en aquel derroche de goles que un Mestalla mudo presenció contra la Atalanta. El partido cero, dicen.
El caso es que esto es un negocio. Uno de los grandes, por no decir el que más, del entretenimiento. Y más teniendo en cuenta que los brazos de este negocio llegan a lugares insospechados. Por dejar un dato, hay más de cuatro mil deportistas de diferentes disciplinas bajo el amparo de La Liga. Y en ese paraguas, federaciones como el balonmano, baloncesto, petanca, actividades subacuáticas, ajedrez, bádminton tienen su apoyo a través de la marca LaLigaSports. La cosa no se reduce a 22 tíos jugando en diez, o veinte, campos de España.
Y el negocio debe seguir. Con menos espectáculo, per debe hacerlo. ¿Qué resulta extraño con todo lo que nos ha caído? Sí. ¿Qué hay gente que ha perdido a seres queridos en estos días y se ha sufrido mucho en todos los lugares sanitarios? También ¿Qué la gestión por parte del gobierno hubiera sido mejorable? Pues no sé que decirles. Pues a la gallega, unas cosas puede que bien y otras puede que no. Ante una sorpresa de estas, que no sabes por donde te viene, para gustos, colores y para opiniones, tertulianos.
Al final, todo esto es una cuestión de entretenimiento. La cultura y el deporte son formas de entretener a la masa como monstruo general y al individuo como ser particular. Y el goce de un riff de guitarra de Lobo de Calaveras, o una interpretación de María Maroto o el requiebro en las letras de Ramón Palomar y lo que sientas es algo que tiene un precio, un valor y un coste de doble camino. Y eso vale mucho. Quizá no tanto para ellos como quisieran, pero vale. Recuerden al principio del confinamiento, cuando los aplausos a las 8 atronaban, que todos nos refugiamos en los directos, en las actuaciones gratuitas, solo por placer y por, en cierta manera, humanizar este momento al no podernos tocar, abrazar ni besar sin ser temerarios. Y nos sentíamos bien. Amasábamos pan como si estuviésemos en un telefilme alemán de las cuatro de la tarde y nos hicimos expertos de conferencias de vídeo. Desempolvamos los instrumentos con mayor o menor fortuna para aportar nuestro granito de arena a este mundo mejor que estábamos construyendo o para provocar la lluvia con nuestros gorgoritos desafinados. Aquellos que menosprecian al fútbol, supongo que por desconocimiento de haberlo vivido y con cierto halo de falsa superioridad, afirman que parece que se puede vivir sin él. Estúpida afirmación. Banal, temeraria y económicamente refutable si se buscan rápidamente los datos del PIB del país y todo el mogollón que maneja la industria. No es cuestión de pedir dinero público como hizo Eduardo Casanova para sus películas, pero tampoco vivimos bien así, sin entretenimiento.
Tebas hace lo que debe hacer. Preservar su negocio. Seguir haciendo la rueda sonar. Si es buen gestor o no lo dirá la historia. Y con hoja de ruta clara. No sería bueno verlo de ministro, por su afinidad con quienes ya saben. Pero su negocio, el de todos que lo engloban, lo intenta defender. Harina de otro costal son las carencias de los sanitarios. Aquellos polvos trajeron estos lodos. Eso es lo que no hay que olvidar.
La canción de hoy, porque en esas tardes que languidecen y se alargan a veces a una copa de vino la debe acompañar las voces de la banda sonora de tu vida, es «Vivir sin miedo» de Los Perros del Boogie, que se han marcado una versión acústica en estos días de confinamiento. Sigan cuidándose.
#QuédateEnCasa