Ante todo pido disculpas por el sermón, pero necesito escribir esto solo por mi, egoístamente, porque espero que me sirva de sanación. Y lo ofrezco porque tengo la suerte de disponer de este espacio de opinión y debate. Sé que es largo y entiendo que no lleguéis hasta el final, pero no he sabido resumir. Vamos allá.

 

Han pasado dos días y el disgusto se va asentando. La tristeza se va tornando en aceptación, el duelo en resignación y el cansancio va diluyéndose. Antes del partido pedí para los nuestros intensidad, fe, acierto y un poco de suerte. Y que el árbitro no condicionara el resultado. Casi todo lo tuvimos, menos acierto. El árbitro estuvo razonablemente bien para lo que nos temíamos y el VCF lo intentó con denuedo, con garra, con mucha fe, pero, aunque hubo suerte en algunos momentos, no hubo mucho acierto cara a puerta. En zona defensiva, excepto en el gol, sí. Pero el VCF no ganó la Copa.

Y la Final es ya solo un recuerdo, pero qué recuerdo! Para mi empezó mal incluso antes de salir hacia Sevilla. Algunas señales, esas pequeñas y estúpidas supersticiones que todos (algunos) tenemos, intentaron avisarme de que la cosa no iba a salir bien. Pero me dio lo mismo, no hice ni caso, confiaba en que el VCF iba a poder con todo, contra todo y contra todos. De verdad lo creía.

Una vez en Sevilla la fiesta fue tan apoteósica como en 2019, pero yo esta vez no pisé la ciudad, pasamos las horas previas en el infierno de la Fan Zone, una inesperada trampa de lluvia y barro en la que apenas pudimos más que chapotear en el fango, escondernos de la lluvia como se podía, pagar carísimas las cervezas y hacer tiempo con la animación en el escenario, aunque la mayor parte del tiempo los cánticos y casi enajenación de la propia afición ganaron la batalla con claridad a la música y lo grotesco de la situación. Fue un espectáculo en sí mismo, por momentos apocalíptico y bizarro pero espectáculo al fin y al cabo. Sin embargo, joder, nada que ver con lo que nos esperaba luego.

Lo que pasó en el estadio de la Cartuja fue algo mágico. No recuerdo nada así. La absoluta comunión entra afición y equipo ponía los pelos de punta, la descarga de orgullo valencianista fue bestial y las ganas de ganar irrefrenables, tanto como para comernos con patatas a los dos tercios de béticos que, incomprensiblemente, llenaban el estadio. Durante casi tres horas no paramos de cantar, bailar, saltar, aplaudir o protestar, agitar banderas y bufandas, silbar al contrario y animar a los nuestros como si fuera la última noche sobre la tierra. Y los cánticos surgían de todas partes, sin parar, sin descanso, grupos de niños, chavales animosos, veteranos entusiastas o abuelos incombustibles, siempre había alguien moviendo la animación, y a todo nos enganchábamos. Conseguimos reponernos inmediatamente del mazazo de Borja Iglesias a los 10 minutos, y con nosotros lo hizo el equipo, y el posterior golazo de Hugo Duro nos dio alas para apretar aún más, todavía más fuerte. Fue delirante, impresionante, inolvidable. Y nuestros jugadores se vieron espoleados como nunca, impelidos a seguir corriendo, a morder en defensa y salir como flechas en ataque, seguir y seguir, todos unidos empujando hasta el último segundo buscando traer la Copa a Valencia.

Si se hubiera concretado algún contraataque de los varios que tuvimos, o si Soler hubiera resuelto cuando disparó desde la frontal con todo a su favor al final del tiempo reglamentario, el estallido habría sido como la explosión de una supernova, cegador y ensordecedor. Pero no sucedió, y es justo reconocer que el Betis pudo también marcar y resolver antes. Lo cierto es que tras los 120 minutos de partido ambos equipos pudieron ganar el título y ninguno lo hizo, y se tuvo que llegar a la injusticia de los penaltis. Y ahí faltó suerte y acierto. Era cara o cruz, y salió cruz. Lástima.

Cuando todo acabó, con ese último penalti marcado por el Betis, nos vinimos abajo. Y a mi alrededor ya solo vi caras de incomprensión, de absoluta tristeza, de enorme decepción y agotamiento, muchos niños y no tan niños llorando desconsolados por el título que se acababa de escapar, todos mudos de pronto. Hasta ahí llegamos. Y fue muy, muy duro. Como caer al abismo, como despertar de un sueño.

Pero dos días después ya vamos aceptando que, aunque quizá en otras realidades paralelas hayamos ganado el título, en esta las cosas son como son y no lo ganamos, y nos quedamos sin Copa y sin Europa. Y nos volvemos a acordar de la laxitud del equipo regalando puntos y fiándolo todo a esta final, una estrategia horrible aunque hubiera salido bien.

Pero ya está, y no queda otra que seguir. Si hay un club acostumbrado a caer y levantarse ese es el nuestro, y nosotros con él. No voy a recordar anteriores palos, pero los ha habido de todos los colores, así que sabemos de qué va esto. Y por mucho que duela tenemos que aferrarnos al escudo, y seguir. Ahora saldrán cientos de agoreros a anunciar el apocalipsis, esos a los que el título les desmontaba la paraeta, y habrá debates artificiales y machacones basados en especulaciones y mala sangre. Lo de siempre, los de siempre, algunos se mueven bien en la mierda, ya se sabe. Pero otros que llevamos tanto tiempo siguiendo con fidelidad al VCF sabemos que nos levantaremos de nuevo, que volveremos a ser grandes y levantar títulos. Somos el VCF en las victorias y las derrotas, en los pocos éxitos y los muchos fracasos, con figuras o sin ellas, con unos presidentes u otros, con dinero y sin dinero, y el sentimiento, que siempre permanece, hará que todo resurja. Volveremos, antes o después, como siempre hemos hecho. Y ya está. ¡Seguimos!

AMUNT!!!

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